El aterrador Sistema de Crédito Social de China y el aumento del control en todo el mundo

Hacia Estados autoritarios de vigilancia.

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Por Katia Novella Miller

REPORTAJE / Lectura larga. ¿Cuánto vales? Desde el punto de vista de vista social, hoy depende en gran parte de cuánto dinero tienes. De hecho, la ‘respuesta legal’ para las aseguradoras, tribunales y otras instituciones, podría basarse en cuánto ganas, en el tipo de trabajo que desempeñas, en el dinero que tienes, en el valor de tus pertenencias y, desde el punto de vista emocional, en cuánto te ama tu familia. Pero en el futuro cercano tu valor podría ser evaluado de forma distinta, y TU COMPORTAMIENTO ONLINE muy probablemente será el factor principal. En otras palabras, el criterio económico y financiero común de las décadas pasadas — el DINERO — no será más el factor determinante. Y la pregunta ‘¿cuánto vales?’ podría transformarse en ¿eres un buen ciudadano y, por lo tanto, una buena persona? Y así, si hoy el dinero representa una medida mala e inmoral que privilegia a pocos, puedes estar seguro de que las cosas pueden empeorar.

Simplemente imagina un mundo en el que tu valor depende de lo que compras en tiendas físicas y online; de en dónde te encuentras en un debido momento, de quiénes son tus amigos, de cómo interactúas con ellos, de las horas que pasas mirando videos o jugando con videojuegos; de los artículos que lees, de las facturas y tasas que pagas o no pagas. En muchos países ‘desarrollados’ una situación de este tipo no es difícil de imaginar porque muchas de estas cosas ya suceden gracias a todas esas redes sociales recolectoras de datos, como Google, Facebook e Instagram. Pero ahora, imagínate un sistema donde todos estos comportamientos son clasificados como positivos o negativos y destilados en un solo número que creará tu puntaje como ciudadano y dirá a todo el mundo si eres o no una persona ‘confiable’. Exactamente esto es lo que está pasando en China.

El gobierno chino ha decidido crear un Sistema de Crédito Social para mejorar la ‘confianza’ en la nación y construir una cultura de la ‘sinceridad’. Por ahora se encuentra en fase experimental, pero desde el año 2020 será obligatorio.

El sistema está diseñado para abarcar todos los rincones de la existencia humana, ya sea online, dentro Internet, pero también fuera de ella. El sistema monitorea el comportamiento consumista del individuo, su conducta en las redes sociales y las infracciones cometidas en el mundo real. La conducta y las acciones de los ciudadanos después son integradas en un puntaje preciso algorítmicamente determinado, una puntuación de ‘sinceridad’ que será enviada a todos los ciudadanos. Literalmente: un índice numérico de la ‘confiabilidad’ que determinará las oportunidades, las libertades y los privilegios de los que podrán gozar. Las puntuaciones – catalogadas– son comparadas con la de los otros ciudadanos y son utilizadas para determinar la elegibilidad para una hipoteca, para un puesto de trabajo, para comprar un billete de tren o el colegio al que pueden ir los hijos —y determinarán hasta las oportunidades de encontrar una pareja.



Actualmente, el gobierno chino ha dado su visto bueno a ocho grandes compañías de Internet para construir los sistemas y algoritmos. Como era de esperar, los gigantes en manejo de datos han puesto en marcha dos de los proyectos más conocidos. El primero, el China Rapid Finance, socio de Social Network Tencent y desarrollador de la aplicación de mensajes WeChat, con más de 936 millones de usuarios activos en 2017. El otro, Crédito Sésamo, es administrado por Ant Financial Services Group, una compañía afiliada a Alibaba que vende seguros y otorga préstamos a pequeñas y medianas empresas y que, últimamente, ha comprado la compañía de citas más grande de China, Bahie, con alrededor de 100 millones de usuarios. Pero la verdadera estrella de Ant Financial Service Group es AliPay, su sección de pagos, empleada no solamente para comprar online, sino también para pagar en restaurantes, pagar taxis, tarifas escolares, billetes del cine e inclusive para transferir dinero. Prácticamente el Sistema de Crédito Social chino conectará los datos de las oficinas de registro e instituciones escolares con índices de consumo de aplicaciones y la actividad de la gente online.

¿Cómo funciona? En Crédito Sésamo los ciudadanos son evaluados con un puntaje que oscila entre los 350 y los 950 puntos. Alibaba, en cambio, no ha hecho público su algoritmo. ¿Qué factores cuentan? El primero es el historial de crédito. Por ejemplo, ¿el ciudadano paga las facturas de la electricidad o del teléfono a tiempo? Sigue la capacidad de cumplimiento, pregunta que define en el marco de sus directrices, la capacidad del usuario para cumplir con sus obligaciones contractuales. El tercer factor, características personales, concierne la información personal, como el número de teléfono y dirección. Es a partir de la cuarta categoría, comportamiento y preferencias, que se pone interesante: algo tan inocuo como los hábitos de compra, se vuelven una medida del carácter. Alababa admite que juzga a la gente en base al tipo de productos adquiridos. ”Alguien que juega con videojuegos por diez horas al día, por ejemplo, será considerada una persona floja”, señala Li Yingyun, Director Tecnológico de Sésamo. ”Alguien que a menudo compra pañales será considerado como un posible padre, que, en general, es más probable que tenga un sentido de responsabilidad”. Por consiguiente, el sistema no sólo indaga en el comportamiento, le da forma. Pone en evidencia a los ciudadanos las compras y las conductas que el gobierno no desea.

Otra categoría sensible es la quinta: ‘relaciones interpersonales’, que significa que el puntaje de una persona se verá afectado por lo que sus amigos online dicen o hacen, más allá del contacto real que tenga con ellos. En concreto, si alguien con quien está conectado online postea un comentario negativo, su puntaje bajará; por lo tanto, la gente se verá incentivada a decir a sus amigos y familiares ‘por favor no digas o hagas eso’ o a terminar una amistad.

El Sistema de Crédito Social está creciendo lentamente. Pocos meses después del lanzamiento en 2014, millones de chinos se habían suscrito. Actualmente 43 ciudades están ya involucradas, las más importantes: Pequín y Guangzhou. Probablemente lo que lo hace tan atractivo son los premios para aquellos algorítmicamente considerados como ‘confiables’. Los ciudadanos con puntajes de crédito social más alto gozarán de descuentos y actualizaciones de productos y servicios. Descuentos para habitaciones de hotel, conexión a Internet; podrán alquilar un departamento sin necesidad de un depósito o ganarse el derecho de mandar a sus hijos a colegios exclusivos.

Si el puntaje llega a los 600, pueden obtener un crédito ‘Simplemente Gasta’ de hasta 5.000 yuanes (alrededor de €652 / $804) para comprar online – obviamente siempre y cuando sea en Alibaba. Los que alcanzan los 650 puntos pueden alquilar un coche sin tener que dejar un depósito, también tienen el derecho a un check-in veloz en hoteles y pueden usar el check-in VIP en el Aeropuerto Internacional de Beijing. Los que tienen más de 666 puntos pueden obtener un préstamo de hasta 50.000 yuanes (€6,582 / $8,117), naturalmente de Ant Financial Services. Superados los 700, pueden aplicar a un viaje a Singapur sin necesidad de recomendaciones, como una carta del jefe de la empresa para la que trabajan. Y desde los 750 puntos para arriba, tienen vía preferencial para la añorada visa Shengen para visitar Europa. Y, además, con un puntaje alto, los ciudadanos obtienen un mejor perfil en Bahie, la empresa online más grande de China para buscar pareja, que utiliza información de Crédito Sésamo, volviéndose así mucho más fácil encontrar la otra mitad.

¿Qué pasa cuando la evaluación de un ciudadano es baja? Los que están en esta categoría tendrán una conexión a Internet más lenta, su acceso a restaurantes será restringido, no tendrán derecho a viajar, sus solicitudes de alquiler e hipotecas serán denegadas, y así también, sus solicitudes de trabajo… Las personas que no visitan a sus padres ancianos regularmente, por ejemplo, tendrán menos puntos, como las personas que cruzan las calles con luz roja o que tiran ilegalmente la basura. Los estudiantes que hablan o copian en clase también serán castigados. Las penalidades pueden deberse a una amplia lista de ofensas, incluyendo la divulgación de información falsa sobre terrorismo, causar problemas en los aviones, usar billetes caducados o fumar en los trenes. Y, obviamente, las personas que cometen infracciones financieras, como no haber pagado multas o las cuotas del seguro, también sufrirán restricciones. Hasta alquilar una bicicleta se volverá más difícil si uno está en esta categoría: el periódico español El País ha reportado que Mobike, el operador más grande de bicicletas del mundo, ha anunciado que disciplinará a los ciudadanos con puntajes bajos. Los que tienen apenas un ‘suficiente’ tendrán que pagar el doble respecto a quien tiene un puntaje alto, y aquellos con un puntaje bajo podrían pagar hasta cien veces más —el precio normal es de alrededor de €14.85 ($15) la hora.

El sistema de ‘confianza’ chino por ahora es voluntario, pero ya está provocando estragos. Según la agencia Reuters, en febrero de 2017 el Tribunal Supremo del Pueblo de China anunció que en cuatro años a 6.15 millones de ciudadanos chinos se les prohibieron tomar vuelos debido a fechorías sociales, mientras 1.650.000 ciudadanos que han sido puestos en la lista negra no pudieron tomar trenes. El periódico de Hong Kong EJInsight ha escrito que el puntaje del Sistema de Crédito Social ha sido utilizado como base para negar préstamos y ayudas financieras del gobierno a más de 6.000 empresas.

En la actualidad, de los 1,379 millones de ciudadanos chinos, muchos no tienen una historia crediticia o acceso a ella. El Banco Central del Pueblo de China tiene información financiera sobre 800 millones de personas, pero solamente 320 millones tienen una historia de crédito tradicional. Y hasta hoy se desconoce lo que sucederá con todos esos millones de chinos que no tienen un historial, que no poseen un coche o una casa.

La falta de un sistema de crédito nacional es la razón por la que el gobierno chino considera este sistema necesario e inaplazable para mejorar lo que define como ‘un déficit de confianza’ en el país. Según el Ministerio de Comercio chino, la pérdida económica anual provocada por la falta de información crediticia es de 600 mil millones de yuanes (€78.43 mil millones / $96,85 mil millones). Además, la venta de bienes falsificados y de productos por debajo de una calidad estándar, son un enorme problema en la nación. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), sostiene que el 65% de todas mercancías falsificadas en el mundo, desde los relojes, las carteras, a la comida para niños, etc., tienen origen en China y expertos estiman que la corrupción le cuesta al país el 10% del producto interno bruto.

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El nuevo Sistema de Crédito chino no es algo completamente nuevo, simplemente es una copia extremista de los modelos de crédito occidentales, de los puntajes de crédito ya familiares en gran parte de las economías ‘avanzadas’. Las únicas diferencias –por ahora– son que en el Occidente hay regulaciones sobre la privacidad –que en China no existen, y que el plan chino es más invasivo. Pero, indudablemente, el hecho de que dos tendencias negativas similares estén sucediendo en distintos lugares y al mismo tiempo, no las transforman en un fenómeno positivo sino en un mal común.

Países como Estados Unidos, Canadá, Australia, Sudáfrica, Gran Bretaña, Holanda, Suecia, Alemania, entre muchos otros, ya tienen sistemas de crédito sobre la base de los cuales a la gente se le permite obtener un préstamo, alquilar un departamento o un coche y hasta obtener un trabajo.

En los Estados Unidos las agencias de crédito más importantes—establecidas ya en muchos países del mundo— son Equifax, Experian y TransUnion, pero los puntajes más usados son producidos por FICO, una compañía de análisis de datos que ofrece servicios de evaluación crediticia. El puntaje FICO oscila entre 300 y 850 puntos. Mientras más alto, mejor es la valoración. Las personas pueden tener una nota pobre, justa/mediana, buena o excelente. Un crédito pobre es considerado por debajo de los 630; mediano o justo entre 630 y 690; bueno entre 690 y 720 y excelente sobre los 720. Los puntajes dependen de una serie de factores principalmente: historial de pagos, carga de la deuda, duración del historial crediticio, tipos de crédito y recientes búsquedas de crédito. Incluso si una persona hace miles de pagos responsables, olvidarse de pagar $50 puede dañar dramáticamente su puntaje de crédito.

¿En qué manera afectan los puntajes de crédito a los estadounidenses? Los prestamistas, como los bancos y las compañías de tarjetas de crédito, usan puntajes de crédito para evaluar el riesgo potencial de prestar dinero a los consumidores, mitigar las pérdidas debidas a la deuda incobrable, determinar quién califica para un préstamo y a qué tasa de interés, y qué límites de crédito imponer. Por ejemplo, supongamos que una persona desea pedir prestados $200,000 (€161,597) para una hipoteca a treinta años con tasa de interés fija. Si su puntaje de crédito está en la categoría más alta, 760-850, el prestamista podría cobrarle un 3,307% de interés, lo que significa un pago mensual de $877 (€708). Pero si su puntaje está en el rango más bajo, digamos 620-639, los prestamistas podrían cobrarle un 4,869 % que resultará en un pago mensual de $1,061 (€857). Lo que quiere decir que tener un puntaje más bajo le costará al mes $184 (€149) más y durante toda la vigencia del préstamo terminará pagando $66.343 (€53.598) más que si tuviera el mejor puntaje de crédito. Ciertamente, la diferencia no es insignificante (esto debería llevarnos a preguntarnos si verdaderamente vale la pena juzgar y penalizar a la gente —y paradójicamente, usualmente a la gente que tiene más problemas de dinero—). Y si su puntaje de crédito es demasiado bajo, los prestamistas podrían no pasarle ni un centavo.

En Estados Unidos, el puntaje de crédito, no está limitado a los bancos, también los arrendatarios lo controlan antes de aprobar una solicitud de alquiler y si uno tiene un crédito bajo, el arrendatario puede pedir más dinero por concepto de depósito. Inclusive las compañías eléctricas, de teléfono, de cable lo revisan y si uno tiene un mal historial de crédito tendrá que pagar también un depósito de seguridad para establecer un servicio a su nombre, aunque haya pagado todas sus facturas siempre puntualmente. Lo mismo vale para las nuevas empresas que necesitan préstamos bancarios para comenzar. Y no es todo, muchos empleadores juzgan a los candidatos para un puesto de empleo sobre la base de sus puntajes. De hecho, tener un mal crédito puede hacer muy difícil la vida, y, también, encontrar un trabajo: en los Estados Unidos la utilización del historial de crédito por parte de los empleadores a la hora de seleccionar nuevos empleados ha aumentado del 19% en 1996, al 42% en 2006.

Curiosamente, las agencias de crédito estadounidenses Experian, Equifax y TransUnion ya están bien establecidas en Canadá, Australia, India, Noruega, Dinamarca y en muchas otras naciones. En Australia, Equifax es la agencia de crédito más grande; en Dinamarca, Experian trabaja junto a Bisnode…

Indudablemente, cada país ha desarrollado su sistema de crédito particular, a pesar de que todos comparten las características más importantes. En Canadá (donde el sistema es muy parecido al de Estados Unidos e India), los datos de los ciudadanos son conservados por un tiempo que oscila entre los seis y diez años; en Suecia, por tres años si son de individuos y por cinco, si se trata de compañías. En este país escandinavo, un registro de falta de pago hará que sea muy difícil obtener un préstamo, alquilar un apartamento, obtener un servicio telefónico, alquilar un automóvil u obtener un trabajo que maneje efectivo. Además, cada persona con un número de identificación sueco tiene que registrar una dirección válida, aunque viva en el extranjero, ya que se considera que las notificaciones han sido recibidas cuando son entregadas a la dirección registrada y las notificaciones enviadas con solicitudes de pagos que no se reciben dañan el puntaje.

En el Reino Unido no existe algo así como una puntuación de crédito universal. Cada acreedor evalúa a los potenciales prestatarios según su propio criterio y estos algoritmos son verdaderos secretos comerciales. En este reino, los puntajes de crédito son el resultado de las evaluaciones de los departamentos de marketing y de las agencias de crédito para determinar si se puede o no vender a los consumidores. En Gran Bretaña, después de seis años, si el acreedor contacta al deudor y reclama un pago, este último no está obligado a pagar.

En Alemania expertos sostienen que el país está tomando el rumbo de China. Como su  equivalente estadounidense FICO, Schufa es una compañía privada que calcula la fiabilidad y solvencia de alrededor de tres cuartos de la población alemana y de más de 5 millones de compañías en el país. Quien quiere alquilar una casa, un departamento o pedir un préstamo tiene que solicitar su calificación hecha por Schufa. Además, “factores como la ‘puntuación geográfica’ pueden, también, bajar el puntaje total si uno vive en un barrio que cuesta poco o si muchos de los vecinos tienen un puntaje de crédito malo”, ha escrito recientemente el periódico global alemán Handelsblatt.

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Indudablemente el puntaje de crédito es una extraña pieza de alquimia financiera. Ha encasillado a muchos con una identidad financiera que dura toda la vida, una marca que refleja un mal comportamiento. Y su historia en los sistemas capitalistas ha demostrado ser al mismo tiempo de gran ’empoderamiento’, ayudando a millones a acceder al crédito y al consumismo, y alarmante, marginando a muchos más integrándolos en redes de vigilancia.

Hoy mucha gente ve estos puntajes como algo normal, hasta natural, sin ser consciente de su historia y sin darse cuenta de su ‘secreta’ función como herramienta de control social.

¿Cómo nacieron las economías basadas en la evaluación del crédito? Los informes de crédito, en un sentido contemporáneo, tienen menos de 200 años. Fueron inventados en los Estados Unidos como parte de la transición hacia el capitalismo moderno. Al principio, en la década de 1820, los informes de crédito comenzaron a modernizarse a medida que la densidad de las transacciones comerciales y las nuevas leyes de bancarrota volvieron el viejo sistema demasiado engorroso. El resultado de ese proceso fue una serie de experimentos con el objetivo de estandarizar la evaluación del crédito limitado al crédito comercial (préstamos a gente de negocios). El más importante de esos experimentos fue llevado a cabo por la Mercantile Agency, fundada en 1841. Solicitando información a sus corresponsales por todo el país, la Mercantile Agency recopiló informes subjetivos en enormes libros de contabilidad en Nueva York. Los informes estaban coloreados por las opiniones de sus reporteros, predominantemente, hombres blancos llenos de prejuicios raciales, de clase y de género. Entonces, los suscriptores de la Mercantile Agency y de su rival, la Bradstreet Company, comenzaron a pedir la simplificación del método de evaluación. El resultado fue un hábil cambio que convirtió la (des)información de las relaciones en ‘hechos’ financieros procesables. Iniciada por Bradstreet en 1857, la calificación crediticia comercial asumió una forma más duradera en 1864 cuando la Mercantile Agency (rebautizada como RG Dun and Company) finalizó un sistema alfanumérico que permanecería en uso hasta el siglo XX: los prestatarios comerciales ahora poseían una ‘identidad financiera’, ‘una descripción que no sólo pretendía reconocer el ‘buen historial crediticio’, sino que también reflejaba el ‘mal comportamiento’, y aseguraba la ruina en caso de que uno sufriera un fallo en la fortuna o en la disciplina. Ya en el siglo diecinueve, un comentador dijo bromeando que “la Mercantile Agency puede ser definida como una agencia para la promoción de la honestidad”; ¿no nos recuerda al Sistema de Crédito Social chino?

Alrededor de 1865 ya se habían establecido los tres pilares de la información crediticia moderna: vigilancia masiva del sector privado, que permitía informes de crédito; intercambio de información burocrática, que los hacía ampliamente disponibles; y un sistema de calificación que los hacía ‘hechos’ justificables.

Muchas de las primeras agencias fueron efímeras, pero la Retail Credit Company, fundada en 1899 y, posteriormente conocida como Equifax, dejó una influencia perdurable: desarrolló archivos sobre millones de estadounidenses en los siguientes 60 años. Esta información no incluía solamente datos sobre el crédito, el capital y el carácter, sino también información sobre la vida social, política y sexual de las personas. En muchas comunidades, representantes del Welcome Wagon (El Vagón de Bienvenida) tomaban nota sobre factores como la casa, los muebles y la personalidad de las personas. Luego, enviaban esa información a Equifax que habría guardado una lista de los consumidores y recopilaría las conclusiones que luego vendería.

En la década de los ’60 del siglo pasado, la Retail Credit Company (Equifax) fue golpeada por una ola de protestas cuando reveló su intención de computarizar sus informes. El defensor de la privacidad Alan Westin escribió en un artículo de 1968 para el New York Times “transferir información de un archivo manual a computadoras representa una amenaza a las libertades civiles, a la privacidad, a la humanidad del hombre, porque acceder a esa información es muy simple”. Westin sostenía que la digitalización de los archivos habría hecho imposible escapar del pasado personal. La protesta contra la computarización de los informes de crédito de Equifax llevó a investigaciones del Congreso y también a la aprobación del Fair Credit Reporting Act (Ley de Informes Crediticios Justos) de los Estados Unidos en 1970, legislación que obligaba a las agencias a hacer públicos sus archivos, a eliminar la información sobre la raza, la sexualidad, la discapacidad y a cancelar la información negativa después de un determinado período.

De esas críticas, la Retail Credit Company salió de la audiencia congresal con un ojo negro, pero no desapareció. En cambio, en 1975 modificó su nombre y se convirtió en Equifax y fue adelante con la digitalización. Justo en ese momento, se unieron a ella las otras dos agencias que hoy constituyen las ‘Big Three’ (Las Tres Grandes) de los informes de crédito en Estados Unidos – y en otros países: Experian y TransUnion. Pero a pesar de la creciente demanda de sus servicios, las tres agencias continuaron a ser afectadas por los problemas que afligían a la industria desde hace mucho tiempo: la dificultad de interpretar y comparar sus informes. Para superar el impase, comenzaron a trabajar con una compañía tecnológica para desarrollar algoritmos. El nombre de la compañía era Fair, Isaac and Company – hoy conocida como FICO. Fundada en 1956, la compañía ya vendía algoritmos para la calificación crediticia desde hacía décadas, cuando ‘Las Tres Grandes’ comenzaron la búsqueda de algoritmos de puntajes de crédito de tipo industrial para estandarizar el sector. El resultado fue similar a los algoritmos que utilizamos hoy. FICO vendió su idea de calificación crediticia a bancos y minoristas en los Estados Unidos y en todo el mundo. Actualmente FICO tiene sedes internacionales en Australia, Brasil, Canadá, China, Alemania, India, Italia, Japón, Corea, Lituania, Malasia, las Filipinas, Rusia, Singapur, Sudáfrica, España, Taiwán, Tailandia, Turquía y Gran Bretaña (desde 1986 vende sus acciones, negociadas en la Bolsa de valores de Nueva York).

Desde entonces nuevas calificaciones crediticias han sido desarrolladas en la última década por compañías como Scorelogix, PRBC, L2C, Innovis y otras que no usan datos de agencias para predecir la solvencia. Por ejemplo, la estructura de puntuación de crédito de JSS de Scorelogix utiliza una serie distinta de factores de riesgo, como la estabilidad en el trabajo, el ingreso, la suficiencia del ingreso y el impacto económico para pronosticar el riesgo crediticio. La utilización de estos puntajes alternativos está en aumento y a menudo son combinados con las puntuaciones de FICO o de otras agencias para mejorar la precisión de la predicción.

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Innegablemente estamos en un período histórico en el que necesitamos urgentemente una discusión seria y profunda sobre estas técnicas y nuestros valores como sociedad humana en su totalidad. China es, simplemente, otro Mal en el Atlas. Es verdad, China no puede ser definida como un país capitalista al estilo occidental, simplemente por dos razones: porque la economía está controlada por el que aún hoy se hace llamar Partido Comunista (¿útil utilizar ese engañoso nombre, verdad?) y no por intereses económicos privados y corporativos como en los países occidentales. Pero esto no convierte al país asiático en una nación mejor o menos peligrosa para la gente. Para entender el verdadero núcleo de la ideología gubernamental de la China contemporánea es suficiente, por ejemplo, mirar una telenovela de un canal chino en castellano, transmitida a la audiencia de esta lengua para promover la cultura y los valores chinos en la región: las protagonistas son mujeres, veinteañeras y treintañeras. Una está terriblemente preocupada por no ser suficientemente inteligente y buena en los negocios, y teme que por esta razón su padre eche a su madre de la casa. Mientras que otra muchacha, que tiene una cita con un ex compañero de la universidad, se siente totalmente avergonzada de no ser rica y de compartir un departamento con otras chicas ‘pobres’, que ruega a una amiga que ha hecho mucho dinero que le preste por unas horas su lujoso departamento, para poder así impresionar positivamente a su ex compañero. Exactamente así de materialista y extrema es la ideología gubernamental y los valores dominantes de la China de hoy. Y  deberíamos preguntarnos si Rusia es muy distinta.

En el otro lado tenemos a Occidente —y a los muchos países que copian su modelo capitalista de progreso, grupo en el que están también las naciones del Este de Europa, incluso Rusia— con Facebook, Twittter, Cambridge Analytica y todas las otras compañías del sector, todas bajo escrutinio.

“La futura dictadura de los oprimidos será indolora y reglamentada por un cuerpo de ingenieros sociales, altamente capacitados”, escribió el escritor británico Aldoux Huxley. Y es difícil negar que este parece ser exactamente el camino que estamos tomando.

El control sobre las personas es una vieja estrategia política todavía en progreso. Como sabemos —o es fácil de suponer— el deseo de controlar la población no comienza con las agencias de crédito del siglo diecinueve de los Estados Unidos. Se trata de una política mucho más antigua y comprende muchas invenciones culturales, sociales, burocráticas, científicas y tecnológicas que con el pasar de los años han cambiado la vida humana. Ya los egipcios o las élites de la antigua Roma, controlaban al pueblo, como muchas otras civilizaciones. En Europa, a finales de la Edad Media, a la gente le fue impuesto adoptar un apellido para así darles una identidad tributaria registrada. En Inglaterra, después de la Primera Guerra Mundial, fueron inventados los pasaportes modernos: hasta entonces no eran requeridos para los viajes internacionales – y, sorprendentemente, algunos viajeros sostenían que deshumanizaban, ya que dificultaban el movimiento de la gente de un lugar a otro. Lógicamente, los pasaportes también reforzaron la idea de pertenencia a una nación y aumentaron el control sobre las poblaciones.

Pero hoy tenemos un matrimonio de base de datos —una tecnología atractiva que hace parte de la vida cotidiana de muchos— trabajando de la mano con los gobiernos, la clase dirigente —económica y política— que en el curso de la historia humana casi siempre han personificado las más antiguas y brutales formas de opresión, psicológica y física, abierta o enmascarada.

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En 2013, los periódicos Washington Post y The Guardian revelaron que la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA), tenía acceso a la puerta trasera de las mayores compañías de redes sociales de Silicon Valley, incluyendo a Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, PalTalk, AOL, Skype, YouTube y Apple —a través del famoso programa PRISM que comenzó a operar en 2007 bajo el Protect America Act, Ley Americana de Protección de Estados Unidos (la existencia de PRISM fue filtrada por Edward Snowden en 2013, antes de comenzar su exilio en Moscú). Aunque la NSA no es el único ojo digital oficial que sigue los movimientos de los ciudadanos en Estados Unidos – la vanguardia en esta nueva tendencia tecnológica de control global – y en el mundo.

Según la revista estadounidense Wires, en 2015 la Administración de Seguridad del Transporte propuso la idea de expandir las verificaciones de antecedentes de PreCheck para incluir registros de redes sociales, datos de ubicación e historial de compras. En 2016, se descubrió que la compañía de monitoreo de redes sociales Geofeedia —que debería suministrar datos sobre el comportamiento de los clientes solamente con fines comerciales— tenía entre sus clientes 500 departamentos de policía, en mails enviados a potenciales clientes. Geofeedia se vanagloriaba de que la policía usaba sus datos sobre los usuarios de redes sociales para controlar a los participantes de las protestas de Ferguson y Baltimore; la información recopilada en Facebook, Twitter, Instagram permitió a Geofeedia conocer las caras de los usuarios monitoreados, conocer sus listas de amigos, dónde estaban durante las protestas, la fecha de su cumpleaños, su nivel de educación, su afiliación política. Según Intercept (una plataforma de noticias estadounidense), en los primeros meses de 2017, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas del país norteamericano utilizó Facebook para ubicar a un pedófilo. Además, hace unos pocos meses, el gobierno de Estados Unidos ha comenzado a pedir a los turistas de casi cuarenta países que usan ESTA –el Sistema Electrónico de Autorización de Viajes, un sistema automático que determina la elegibilidad para viajar al país bajo el Programa Visa Waiver– de otorgar sus datos de Facebook, Twitter, Google Plus, Instagram (y compañía) para determinar si ese viaje amerita alguna acción legal o representa un riesgo para la seguridad del país; aún no es obligatorio y no se puede negar la entrada a las personas que no quieren dar sus datos, pero esto no significa que siempre será así, ni que siempre estará restringido solo a los extranjeros. Evidentemente, no es demasiado distinto a lo que está pasando en China, ¿no creen?

Alemania es otra de esas naciones en la que esta tendencia es bastante visible. En este país del centro de Europa Occidental, donde en los últimos años los políticos han expresado cada vez más sus preocupaciones por una relativa falta de responsabilidad en la red, ha aprobado una serie de leyes que colocan al país en el camino hacia un Estado de vigilancia totalitaria. Entre las más importantes, la Ley de Implementación de Redes, que entró en vigor el pasado enero, y que pone bajo los reflectores a las compañías de Internet y a la libertad de expresión: las redes sociales tienen que eliminar los discursos de odio o enfrentar multas de hasta €50.332.297 ($58.735.600) si no cancelan esos discursos de odio “obviamente ilegales” y otras publicaciones en las siguientes 24 horas de haber recibido la notificación (se garantiza un periodo de 7 días para la eliminación del contenido ”ilegal”). No queda claro como estas compañías tecnológicas diferencian entre la libertad de expresión y el discurso de odio. Para cumplir con esta nueva ley, Facebook y Twitter han adaptado sus sitios web alemanes con características adicionales para marcar contenido controvertido, y han pasado meses contratando y entrenando moderadores. De hecho, actualmente Facebook tiene 1.200 personas revisando contenidos señalados desde centros de cancelación en Berlín y Essen: una sexta parte del equipo mundial de moderadores; mientras Twitter, según The Guardian, sigue trabajando desde su sede central en Dublín, Irlanda. Esta nueva ley regula también sitos como Youtube, Instagram y Snapchat.

Como se esperaba, una serie de eliminaciones y suspensiones controvertidas en los primeros días de la ley han alentado a los críticos que dicen que la ley está afectando la libertad de expresión, ya que las compañías intentan evitar las multas. Los detractores argumentan que podría usarse para suprimir puntos de vista políticos impopulares. Sin embargo, este tipo de leyes no son una novedad en Alemania, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, el país aprobó algunas de las leyes más duras del mundo en torno al discurso de odio, incluidas sentencias de prisión por negación del Holocausto e incitación al odio contra las minorías.

En sintonía con esta tendencia, otra regulación alemana altamente controvertida es la ‘Ley de Origen de las Telecomunicaciones y de Vigilacia Online’, conocida como la ‘Ley Gubernamental de los Troyanos’, que crea las bases legales para que la policía y el Estado utilicen malware (programas malignos) para espiar celulares, grupos chat y cuentas de Internet. Prácticamente autoriza el uso de un Trojan Horse (Caballo de Troya) —programas instalados en los aparatos de los sospechosos— para espiar las comunicaciones por mensajería privada. Anteriormente, desde 2009, se “permitió el uso de un troyano estatal para prevenir el terrorismo internacional, pero la nueva ley también permite que se use en ocasiones menos relevantes”, explicó el medio alemán ZD.net. “La ley otorga a la policía y a las agencias de seguridad el poder de infiltrarse en los teléfonos inteligentes y otros dispositivos con software malicioso, convirtiéndolos en hackers del público. Los métodos empleados son similares a los utilizados por los delincuentes para manipular computadoras: es por eso que hablan de ‘troyanos estatales’, lo que implica que su piratería es de alguna manera legal”.

”Con el acceso online, las autoridades de seguridad interfieren en la integridad y confidencialidad de los sistemas TIC. La búsqueda online ofrece la posibilidad de espiar y manipular teléfonos celulares y ordenadores, mientras se recopilan datos privados e íntimos. En principio, tienen acceso a todas las funciones e información del sistema en el que se han infiltrado. Esta ley viola el derecho fundamental de garantizar la confidencialidad e integridad de los sistema de información tecnológicos”, ha destacado ZD.net, “que permite intervenciones solamente en un margen estrecho de situaciones; por ejemplo, las intervenciones de prevención estatales están permitidas solo si hay indicios reales de un peligro específico a bienes materiales de gran importancia: el cuerpo, la vida, la libertad de la persona y a esos bienes comunes cuya amenaza toca los fundamentos de la existencia del Estado o de la existencia humana”.

La forma en que se ha sometido a votación la “Ley estatal de troyanos” en el Bundestag, el Parlamento Federal alemán, no es digna de un Estado constitucional democrático. Mediante todo tipo de trucos procedimentales, fue aprobada sin debate público y con la exclusión del Consejo Federal. Las infracciones tributarias y otras banalidades no deberían incluirse, al menos por ahora.

No sorprende que algo muy similar esté sucediendo en Estados Unidos. El Departamento de Justicia y el FBI están tratando de encontrar el modo de desbloquear los smartphones y otros aparatos, según The New York Times (marzo 24, 2018), para acceder a datos encriptados que puedan ayudar a los investigadores. “Los empleados de estas instituciones se han reunido regularmente con expertos en seguridad con el objetivo de hallar herramientas para obtener un ‘acceso extraordinario’ a aparatos codificados”. El canal de noticias RT (Russian Today) ha informado que desde 2010 el FBI promueve la idea de que se necesita una ley sobre este asunto ya que el aumento del cifrado erosiona la capacidad de los investigadores en cuanto a la vigilancia telefónica y evita que la policía haga su trabajo.

Internet, las agencias de crédito y los puntajes de crédito no son los únicos elementos de esta tendencia mundial de “dominación y control”. Otro componente inquietante de este curso está indiscutiblemente representado por el aumento de las cámaras de vigilancia. Por supuesto, mucha gente piensa que el aumento de las cámaras de seguridad en nuestras ciudades -tanto como nuestra trazabilidad en todo momento gracias a nuestros teléfonos inteligentes- es bueno en caso de que algo suceda en un mundo percibido, gracias también a los medios de comunicación dominantes, como cada vez más peligroso, pero indiscutiblemente es un enfoque ingenuo de esta tendencia de doble filo.

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En 2010, Londres, la capital del Reino Unido, era considerada la ciudad del mundo más espiada.  Según una estimación, en 2017 las cámaras de vigilancia en el Gran Londres eran alrededor de 500.000, mientras el número total en Gran Bretaña eran 4.200.000: una cámara cada 14 personas.  Lo que significa que la gente en las zonas urbanas probablemente es filmada por unas 30 cámaras de vigilancia cada día, pero estas filmaciones no han ayudado a prevenir los ataques terroristas.

En Alemania, las ‘mejoras’ en este sentido están a la vista. El 5 de mayo de 2017, la ‘Ley de Mejora de la Videovigilancia’ ha entrado en vigor después del ataque terrorista en el mercado navideño de Berlín. Esta legislación le da al Estado la libertad de usar cámaras para monitorear espacios como plazas, estadios, centros comerciales y estacionamientos. Los detractores dicen que vulneran los derechos de la gente de a pié y argumentan que la videovigilancia contribuye muy poco a prevenir el terrorismo o llevar a los terroristas ante la justicia.

Indiscutiblemente en China la utilización de video cámaras — por ahora— es más extrema que en Occidente. En Shenzhen, ciudad del sureste del país, la policía ha instalado paneles gigantes alimentados con inteligencia artificial en las esquinas. “Si cruzas en rojo, una cámara escaneará tu cara y la proyectará en una pantalla gigante para que todos la vean. Desde mayo 2017 hasta febrero 2018, 13.930 infractores han visto sus rostros proyectados en las pantallas de cruces transitados”, ha escrito el South China Morning Post. En toda China, 170 millones de cámaras de circuito cerrado de televisión han sido instaladas y se estima que 400 millones más lo serán en los próximos tres años.

La nueva tendencia del implante de microchips. En Suecia la gente se ha dejado convencer y se está poniendo microchips bajo la piel de las manos para pagar los billetes de tren, para abrir las puertas de sus oficinas o para sus billeteras de bitcoin. Los expertos dicen que los riesgos para la privacidad no son mayores que los que ya existen con la tecnología normal o utilizando tarjetas de crédito — pero los crédulos y obedientes suecos, se han vuelto más escépticos después del escándalo de Cambridge Analytica. Indudablemente, incluso si aún no hay respuestas oficiales, las personas deberían cuestionarse más y preguntar cuáles son las consecuencias y qué información se puede obtener con los microchips implantados en nuestros cuerpos. ¿Podrían provocar efectos físicos y/o psicológicos? Además, Suecia está por convertirse en la primera sociedad sin efectivo. Ya hoy en día resulta prácticamente imposible pagar al contado una taza de café en muchos lugares. Nuevamente deberíamos preguntarnos: ¿las corporaciones y los Estados controlarán cómo la gente gasta su dinero, hasta el último centavo? En una sociedad sin moneda corriente – obviamente – esto puede suceder.

NFC-implante

Otra innovación que está por cambiar nuestras vidas, es la de los refrigeradores inteligentes. En pocos años comenzaremos a verlos en nuestras casas. Nos entretendrán y nos dirán lo que tenemos que comprar gracias a su conectividad a Internet. ¿Cómodo no? ¿Pero qué sucederá si comienzan a hacernos reproches o a controlarnos?

Viendo todo esto, ¿todavía no podemos predecir hacia dónde estamos yendo?

Recientemente el escándalo de Cambridge Analytica – Cambridge Analytica, una compañía experta en análisis político que realiza minería de datos sobre los consumidores, corretaje de datos y análisis de datos con comunicación estratégica para el proceso electoral, involucrada en la victoriosa elección del presidente estadounidense Donald Trump — no sólo nos ha mostrado los lazos entre la clase dirigente (económica y política) y el mundo de Internet (Google, Facebook y compañía). También nos ha vuelto conscientes de lo que se puede hacer con la recolección de nuestros datos y del poder de Internet sobre los individuos y la colectividad. Con su algoritmo, Cambridge Analytica ha sido capaz de crear un ‘perfil psicométrico’ de cada usuario para poder implementar su ‘micro-segmentación comportamental’ o realizar publicidad ad hoc, a la medida de los gustos de los usuarios para influenciarlos y manipularlos. Y esto nos enseña que Internet, si es mal usado, es la herramienta orwelliana de vigilancia social soñada por los controladores obsesivos con mucho poder, como la televisión, el sistema educativo y otros instrumentos en las manos de los poderosos. Esta es la razón por la que esta tendencia mundial es tan peligrosa hoy en día, con todos estos progresos tecnológicos que no incluyen solamente a Internet sino también a muchas otras innovaciones de nuestra vida contemporánea.

Sin duda alguna, las palabras de Edward Snowden acusando a las redes sociales de ser compañías de vigilancia involucradas en un exitoso engaño usando otros nombres, son preocupantes, y no ha sido el único a denunciarlo. Snowden fue precedido por Julian Assange – el fundador de Wikileaks, en detención en la embajada de Ecuador en Londres desde 2012. Assange ha declarado que Facebook, Google y Yahoo “son en realidad herramientas de la comunidad de inteligencia estadounidense. Facebook en particular, es la máquina de espionaje más espantosa que ha sido inventada”. En su libro ‘Cuando Google encuentra Wikileaks’, Assange había escrito sobre la estrecha relación de Google con la NSA y el Pentágono, algo que fue confirmado el pasado marzo cuando The Intercept informó que ”Google silenciosamente habría firmado un contrato con el Departamento de Defensa para militarizar inteligencia artificial con el fin de crear una flotilla de drones autónomos que detectarán caras, imágenes y patrones de comportamiento; el contrato, que salió a la luz en la plataforma Gizmodo (un sitio web de diseño, tecnología, ciencia ficción que también publica artículos políticos), es parte de una estrategia para implementar tecnología para mejorar los combates”. Y hasta el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en 2014, nos puso en guardia cuando afirmó que “Internet era una creación de la CIA” y que, “inicialmente era un programa militar”; como muchas o casi todas las invenciones tecnológicas en nuestro entorno.

Por lo tanto, lo que vemos es una fuerte y profunda relación entre compañías tecnológicas de Internet y el Estado (los Estados) que va mucho más allá de las actividades de las redes sociales o de los motores de búsqueda, y más allá — simplemente por señalar un caso— de la evidente colonización cultural ejercida por Google: los personajes que Google promociona en las páginas de búsqueda, son principalmente anglosajones, secundariamente ‘Occidentales’ –de la Europa ‘más rica’– y siempre capitalistas (hasta hoy no hemos visto, por ejemplo, un español o latinoamericano, un héroe nativo americanos o Karl Marx en el día de su cumpleaños).

El Sistema de Crédito Social chino no es nada más que una parte de un complejo mosaico global, cuyo origen está en Occidente. Hoy no sorprende que invenciones que nacieron en la californiana Silicon Valley hayan sido adoptadas en todo el planeta, alterando antiguas convenciones y organizaciones sociales. Y, entonces, ¿por qué no puede pasar lo mismo cuando la innovación se presenta con características chinas?

Definitivamente, estamos en una etapa crucial en la que necesitamos discutir sobre nuestros valores. ¿Es ésta la manera en la que queremos seguir adelante? ¿La gente está contenta de ser evaluada en función al dinero que tiene? ¿Esta jerarquía de valores está creando un mundo mejor? ¿Es esto lo que queremos para nuestro futuro, para nuestros hijos y las futuras generaciones? Y finalmente, ¿podríamos vivir mejor con otros valores y con una organización social distinta? La tecnología, sólo si es utilizada para el bien, puede hacer de nuestro planeta un mundo mejor.

Nosotros, como colectivo humano, necesitamos entender que lo que está sucediendo es posible y se basa solo en un conjunto de valores/ideas que son aceptados colectivamente y que se reflejan en nuestra organización y jerarquía social. Y necesitamos entender que las ideas pueden ser cambiadas. El sistema monetario y sus reglas, nuestra organización social, son solo UNA idea cultural aplicada de cómo nosotros, como sociedad humana, podemos organizarnos y vivir, pero no es la única forma posible.

Como dijo Alexander Nix, Director Ejecutivo de la manipuladora y controvertida firma británica Cambridge Analytica, “no tiene que ser verdad. La gente simplemente tiene que creerlo”. Exactamente, lo mismo es válido para el sistema en el que vivimos.

“No tiene que ser verdad. La gente simplemente tiene que creerlo”. Exactamente, lo mismo es válido para el sistema en el que vivimos.

Las dudas y las preguntas son hoy más necesarias que nunca, ya que los peligros que tenemos frente a nosotros no sólo son mayores, sino también ineludiblemente totalitarios y sin vía de escape, una amenaza para nuestra individualidad y supervivencia como seres humanos. La tecnología si es utilizada para el bien puede ofrecer a la humanidad una vida mejor, pero si es usada pérfidamente puede ser nuestra muerte o transformarnos en zombis sin cerebro, sin personalidad y sin voluntad.

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Cable submarino de Internet

”No naciste tonto, te han idiotizado. La buena noticia es que hoy más que nunca tienes la posibilidad de auto-educarte y de aprender a pensar críticamente. Los gobiernos corruptos y las corporaciones codiciosas, odian a los pueblos informados e inteligentes”

The Free Thought Project.com.

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