MALITAS: ¿Es el ser humano malo por naturaleza?

Mira a un bebé. ¿Le ves maldad? Mira a los niños. ¿Les ves maldad?


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Por Claudia Snitcofsky

Coeditor: Katia Novella Miller

MALITAS*: (Del latín: LA MALDAD)

Desde hace siglos, pensadores, filósofos y científicos han estudiado la maldad en el ser humano, en todas sus formas: individual, social o institucional. El siglo XXI nos interpela a más. De hecho hay un renovado interés por el estudio científico y en la unión de diferentes disciplinas humanísticas que caracterizaron al siglo XX, que han abierto la puerta para el desarrollo de una auténtica ‘ciencia de la maldad’ en nuestra época.

La propia noción de maldad es un concepto esquivo para quien se disponga a estudiarla, ya que esta se encuentra subordinada a innumerables variables, como la cultura que la produce o la persona que la interpreta.

Primero hay que romper el mito del mal puro: la creencia de que existen fuerzas y personas que buscan hacer daño sin ningún motivo a víctimas inocentes, obteniendo placer. Esta visión del mal absoluto es perpetuada por las tradiciones, la cultura y los medios.

Para lograr una visión más amplia sobre la maldad, nos alejaremos lo suficiente de la teoría de ‘la mala semilla’. Sus seguidores piensan que existe una predisposición innata hacia el mal. Esta tendencia está basada en los avances de la psiquiatría tradicional, así como en una aproximación genética de la psicopatología. Uno de los puntos débiles más destacados de esta teoría, es el situar la maldad en individuos específicos, eximiendo a la sociedad de su responsabilidad.

La maldad según algunos pensadores de la Historia y de la Ciencia

Para Confucio (551 – 479 a.C.), el reconocido pensador chino, la naturaleza humana es buena y la maldad es esencialmente antinatural.

Sócrates (470 a.C. – 399 a.C), el maestro griego de la Antigua Atenas, atribuía el mal a la ignorancia (Diálogos de Platón). Es decir, que los humanos somos malvados por la sencilla razón de que no conocemos qué es el bien y cómo hemos de actuar para vivir conforme a él. El malvado no sería tal si tuviera verdadero conocimiento de su error. Si fuera consciente de que vivir éticamente es la mejor manera de vivir más feliz, no optaría por la maldad.

Nuestra realidad global, en parte, parece desmentirlo.

Baruch Spinoza (1632 – 1677) filósofo racionalista neerlandés, lo expresaba así: todas las cosas que hay en la naturaleza son cosas o acciones. El bien y el mal no son cosas ni acciones. El bien y el mal no existen en la naturaleza. Algunas acciones vistas desde un costado humano, demasiado humano, siguen resultando buenas para unos, malas para otros, así como algunas son bellas, ordenadas o cálidas y otras feas, confusas y frías. Los valores del bien y del mal, junto con los valores del pecado y el mérito nacen al abrigo del prejuicio de la finalidad. Lo bueno y lo malo son construcciones sociales.

Friedrich Nietzsche (1844 – 1900). El filósofo alemán ponía el origen del mal no sólo en el ser humano, sino en la propia naturaleza. El mal está en todas partes, en todas las especies. No se trata de una malformación, ni de algo circunstancial. El mal no es un accidente. Forma parte del todo y la prueba está en que, si uno observa la naturaleza, puede ver que hay maldad en todos los ámbitos, de la misma manera que hay bondad.

Pero somos seres gregarios, pensantes, y adquirimos principios y valores. Quizá debiéramos preguntarnos dónde los adquirimos o mejor dicho, quienes los determinan.

Sigmund Freud (1856 – 1938), médico neurólogo austríaco y padre del psicoanálisis, en 1929, cuando el capitalismo se internaba en una de sus crisis más profundas se interesó por las relaciones existentes entre la psicología individual y la psicología social. Fue entonces cuando Freud produjo esa obra antológica que tituló El Malestar en la Cultura, que invita a pensar acerca de los recursos que despliega la cultura para coartar las necesidades internas del ser humano, como la culpa, que no solo reprime los instintos, sino que los castiga desde dentro y convierte al hombre en un ser temeroso y maleable. Reprimir esas necesidades, enferma. Freud admite que es difícil aceptar que el hombre tenga una predisposición instintiva a la vitalidad, y a la vez tenga un impulso de muerte y destrucción (amor – odio).

Erich Fromm (1900 – 1980), destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán, consideraba que el odio hacia uno mismo y el odio hacia los demás están conectados. Para él la destructividad era consecuencia de una falta de libertad en las personas para experimentar y expresarse en todo su potencial. Por lo tanto, la responsabilidad residiría en la cultura, por constreñir a los individuos. Fromm publicó varios libros, considerados clásicos, sobre las tendencias autoritarias de la sociedad contemporánea.

Alfredo Grande, médico psiquiatra y psicoanalista argentino se atreve a más y le pone nombre: “cultura represora”. Entre sus funciones: negar el goce, socavar la realidad y evitar que la gente piense, por ejemplo distorsionando narrativas, como en la negación del Holocausto. Grande separa la agresividad de la maldad, al decir que no se debería eliminar del todo la violencia siendo necesaria para defendernos en caso de un ataque, porque defendernos restaura el respeto y la autoestima. Grande insiste en la crueldad como la esencia del mal, el maltrato a un ser que puede sufrir.

La maldad para el pueblo originario Lakota Sioux. En su libro Si has olvidado el nombre de las nubes has perdido tu rumbo sobre el pensamiento, la tradiciones y la filosofía de este pueblo, el activista originario Russell Means escribe ”los indios americanos no creemos en el diablo. No creemos en el mal. No teníamos experiencia de ello hasta que encontramos un patriarca. Un supuesto fundamental entre los pueblos indigenas es que nada que es perfecto. En nuestra mitología, tenemos la historia de la Doble Cara que enseñamos a los niños en sus primeros cinco años de vida”. La leyenda di Iktomi, el embustero. ”Él tiene dos caras. Ikitomi es un maestro, te enseñará sobre los engaños de la vida, los puntos débiles de la existencia, sobre la tentaciones y los egos. No hay ningua maldad en Iktomi, quien es parte de la naturaleza y puede ser hasta sumamente divertido. Pero tienes que tener cuidado. Esa es la lección de Iktomi”.

Ciencia: alcanzado el siglo XIX, cuando los científicos empezaron a reconocer el pasado evolutivo de la humanidad, resurgió pujante la imagen del «hombre prehistórico y violento». Desde entonces ha quedado profundamente grabada en la memoria colectiva. Vincularon el supuesto aspecto físico y el comportamiento de los primeros fósiles humanos, hallados en 1863, con simios teóricamente agresivos, como imaginaban al gorila. Hasta entrado el siglo XX el arquetipo de nuestros antepasados lo constituía un héroe masculino y recio que, armado con una maza y vestido con pieles, se enfrentaba a los enormes animales como el mamut. Una época digna de heroicos luchadores. Este rudo varón era capaz de tallar herramientas de piedra, (que los estudiosos les dieron nombres con connotaciones agresivas: mazas, garrotes, lanzas, armas de mano, etc.). La fuerza física junto a la violencia parecían inexorables. Las interpretaciones generadas desde diversas disciplinas (arqueología, antropología, biología evolutiva, primatología…) y centradas en un mundo viril y belicoso, fue dibujando un panorama de nuestra prehistoria altamente sesgado por la visión y los intereses masculinos. En definitiva, para algunos estudiosos la humanidad prehistórica estuvo integrada por seres en perpetuo conflicto, caracterizados por una marcada propensión a la violencia y a la agresividad. Para otros, los comportamientos belicosos propios de bravucones son de origen relativamente reciente, habiendo surgido hace unos 10.000 años, cuando la humanidad estableció los primeros asentamientos y abandonó el nomadismo.

La doctora en arqueología y profesora de la Universidad de York, Penny Spikins, argumenta en su libro, How compassion made us human (2015), que la compasión y la empatía fueron los verdaderos motores que nos hicieron humanos. “La evolución nos hizo sociables, nos llevó a convivir en grupos y a cuidar unos de otros, incluso antes de que surgiera el lenguaje. La supervivencia de los primeros humanos habría dependido de la cooperación”. Al igual que Spikins, diversos autores sostienen que la empatía, o incluso el altruismo podrían haber sido los catalizadores de la humanización y a pesar de la maldad, nos mantiene hasta ahora.

El mal y Dios

A lo largo de los siglos se ha repetido la aparente incongruencia que se presenta entre la existencia del mal y los supuestos poderes de las divinidades.

Una síntesis en la Paradoja de Epicuro (1):

¿Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

No se trata de cuestionar las creencias personales, sino, de por qué institucionalizarlas, auto imponerse autoridades, someterse y otorgarles poder. En las religiones siempre están presentes el bien y el mal, el “todo poderoso” y el diablo, el pecado y el castigo. Y especialmente lo prohibido.

Pasamos el primer año de vida de un niño a enseñarle a caminar y hablar, y el resto de su vida a sentarse y a guardar silencio”

Neil deGrasse Tyson (1958), astro físico y divulgador de Ciencia.


La obediencia a la autoridad – El encubrimiento del poder.

Reyes, gobernantes, religiosos, uniformados, dueños de las tierras y dueños de los capitales, ejecutores de leyes, expertos, docentes y jefes devenidos de instituciones con supuesta autoridad moral. Imperio y colonia actualizados.

En cada vínculo se establece una posición de poder, pero cuando le otorgamos autoridad al otro quedamos a su merced, sin dudar de sus intenciones. No es que seamos malos o buenos por naturaleza, es de lo que somos capaces de hacer ante la influencia de un superior, que nosotros aceptamos como tal. Los humanos, ante alguna figura de autoridad, son capaces de cometer actos en contra de su propia naturaleza.

Los peligros de la obediencia

Hannah Arendt, (1906-1975), la filósofa y política teórica alemana acuñó la expresión «banalidad del mal» en su libro Eichmann en Jerusalén (1963) para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes. Arendt fue corresponsal de la revista The New Yorker en Israel en el juicio a Adolf Eichmann por genocidio (1961) – quien fue el encargado de la deportación y transporte de judíos hacia los guetos y campos de concentración y exterminio en el Tercer Reich. Para Arendt, Eichmann no era un «monstruo», como era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann era antisemita, tampoco presentaba los rasgos de una persona mentalmente enferma. Actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional, y sus actos fueron el resultado del cumplimiento de órdenes de superiores: “no sólo obedeció las órdenes, también obedeció a la ley” (pág.135). Las leyes, entre sus objetivos, regulan el comportamiento de las personas. Lo que confirmaría que lo legal no siempre es legítimo. Eichmann era un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son consideradas a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlas provengan de estamentos superiores. Arendt discurre sobre la complejidad de la condición humana y alerta de que es necesario estar siempre atento a lo que llamó la «banalidad del mal» para evitar que ocurra. Lo más difícil de aceptar es, que tanto Eichmann como todos los que participaron en el Holocausto eran gente normal. La conclusión o advertencia de Hannah Arendt resulta muy acertada y digna de recuperarse: frente al creciente fascismo y la posibilidad de crímenes de esta índole.

El experimento de Milgram (1960) realizado por el psicólogo Stanley Milgram, en la Universidad de Yale, y el experimento de la cárcel de Stanford (1971) parecen confirmar la tesis de Arendt. Sus resultados fueron de sumisión a la autoridad, demostrando que la mayoría de la gente está dispuesta a hacer a un lado sus principios con tal de obedecer a alguna autoridad y ser aceptados dentro de un círculo.

Michael H. Stone (1933), psiquiatra estadounidense, en 2015 daba cifras: el 90% de los asesinos en serie son psicópatas, pero solo un 10% de los asesinos en masa lo son. El 97% de estos últimos son varones, siendo el 100% de los asesinos en serie. El autor afirma que hay una impresión general de que los psicópatas no dejan de serlo con el paso de los años. Sin embargo, considera que la cultura puede contribuir a que estas tendencias se extingan de forma temprana en los niños, o que se prolonguen. Pone como ejemplo las culturas de los menonitas y los amish, donde la agresión es desalentada y la prevalencia de estos trastornos es casi inexistente.

Una investigación (2) más reciente (2018) en la que han participado científicos daneses y alemanes, identifica el común de la maldad humana y lo nombra Factor D. Cabe aclarar que no analiza el entorno, la clase social o la cultura, la investigación se centra en individuos. Agrupa a nueve comportamientos maliciosos que expresan el núcleo oscuro de la personalidad, como el afán de poner por encima de los demás y de la comunidad, a cualquier precio, los intereses propios: el egoísmo. El maquiavelismo, una actitud manipuladora e insensible hacia los demás, acompañada de la convicción de que el fin justifica los medios. La desconexión moral, que se define como un estilo que permite comportarse sin ética, sin sentir remordimiento alguno. El narcisismo, una auto-admiración excesiva, acompañada de un sentimiento de superioridad y de una necesidad extrema de atraer constantemente la atención de los demás. La psicopatía, definida como la falta de empatía y de autocontrol, a la que se le agrega un comportamiento impulsivo. El sadismo, el deseo de infligir daño mental o físico a otros por el placer de tener poder. El interés propio, entendido como el deseo de promover y destacar el propio estatus social y el rencor, definido como destructividad y disposición a causar daño a otros, incluso si uno corre el riesgo de infligirse daño a sí mismo. Estos son los rasgos oscuros establecidos en esta investigación de la personalidad. El Factor D puede manifestarse con un rasgo principalmente, o bien con una combinación de varios.

Vivimos en una cultura global de maldad generalizada y naturalizada.

La desigualdad como madre de todos los males y el consabido reparto de la riqueza que no es tal. Si al contexto de desigualdad le agregamos las guerras y los conflictos bélicos que ni una pandemia global fue capaz de detener (24 activos a marzo de 2022, datos de documentazione.info), los golpes de estado (18 en los últimos 10 años, sin contar los “golpes blandos”), la represión policial, el narcotráfico, la trata de personas, el trabajo forzado, la explotación de seres humanos por otros seres humanos, la evasión fiscal, el contrabando, empresas que contaminan, la destrucción del medio ambiente, la Justicia sospechada, los grandes medios hegemónicos con su propaganda, la manipulación y la mentira como parte de esta concepción de la maldad, podemos bien entender el malestar en el que vivimos.

Hoy en día tenemos las fake news y la propagación del odio por Internet pero, a lo largo de la historia ha habido rumores falsos que han llevado a matanzas.

Las consecuencias de estas ‘fake news’ y de la propagación del odio son conocidas: hambre, pobreza, enfermedad, muertes prematuras por enfermedades previsibles, desocupación, migrantes por guerras (refugiados), migrantes climáticos, y migrantes por el saqueo en sus propios países – que además son llamados “ilegales” y son tratados por los gobiernos como delincuentes y sin humanidad, hoy muchos mueren en el Mediterráneo. La pornografía infantil, la pedofilia (más 5200 niños abusados en la Iglesia católica en EE.UU y 300 mil en Francia), los femicidios e incluso los suicidios que en los últimos 45 años aumentaron en un 60% a nivel mundial. Todo esto es el resultado de un sistema fallido.

¿Maldad? No, una cultura que genera formas de dominación y sometimiento, un sistema donde el ser humano no es la prioridad. Un sistema capitalista ahora transnacional, que no necesita los nacionalismos, ni siquiera ideologías políticas, le es suficiente exacerbar el odio de tanta frustración, generando el crecimiento de la ultra derecha y el peligro del fascismo. Un sistema que habilita la maldad y su impunidad, que no la detiene y que ha generado el mayor ataque a todas las formas de percepción de la realidad, con hechos que hablan. Un modo de vida que destruye.

¿Cómo pensar que los individuos pueden organizar libremente el hacer, el sentir y el pensar? Todas sus vivencias se enfrentan a amenazas, culpas, mandatos y castigos. Una cotidiana y profunda frustración, más la incertidumbre globalizada que llegó para quedarse. ¿Cómo imaginar a estos individuos organizándose en paz, en comunidad?

No todo son malas noticias. La era que nos toca vivir es desafiante, pero no imposible. Es esencial intentar el pensamiento crítico, que tiene el objetivo de perforar al pensamiento único. Interpelar, cuestionar, arrinconar a todos los dogmas: políticos, religiosos, afectivos, sexuales, intelectuales. Y mientras tanto, que no nos gane la tristeza ni el desánimo.

Hay mucha bondad, muchísima, pero no tiene “prensa”. Somos capaces de crear las más bellas obras de arte, de inventar, de descubrir, de ser solidarios, hasta de ayudar a un desconocido. Muchos son los actos de bondad que se realizan a diario.

Además, si llegaste hasta acá será porque…somos los capitanes de nuestras almas. (3)

Todos nacemos bebés y nos volvemos niños. Mira a un bebé. ¿Le ves maldad? Mira a los niños. ¿Les ves maldad? Hay niños malos o los volvemos malos? No es distinta la pregunta que debemos ponernos sobre nuestro sistema cultural y nuestra organización social. Somos por naturaleza crueles o es culpa de nuestra sociedad, de su organización socio-económica, y de su sistema de valores dominantes?

Notas:

(1) Epicuro (341 a. C. – 270 a. C.) filósofo griego.

(2) The dark core of personality. Moshagen Morten et al. Psychological Review, DOI.

(3) Poema Invictus de William Ernest Henley (1849-1903) Dicen que lo recitaba Nelson Mandela en sus 27 años de prisión.

AUTORA: Claudia Snitcofsky. “Por qué escribo? Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. Se prescinde de la boca, pero no de los sentimientos y los valores. En un mundo tan confuso se siente bien tratar de “aclarar el agua”… escribiendo”. Contacta Claudia: clausity@protonmail.com

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Imagen de portada de Diana Balderrama.

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