Cómo los políticos han construido el racismo en Estados Unidos

El blanqueo de los euro-estadounidenses: una estrategia para dividir y conquistar.

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Por Thandeka

Este artículo nos deja ver claramente que el racismo es hijo de la política: una ideología construida con las leyes. Pone bajo los reflectores la profunda conexión entre el racismo y el clasismo, una relación casi totalmente ignorada, no percibida, por la mayor parte de las personas, instruidas o no, pero de importancia vital para comprender nuestras sociedades. Además nos pone ante de los ojos esas dinámicas psicológicas que se fundamentan en los complejos, como la imitación e identificación con los que tienen poder y dinero y que se venden como el ‘modelo ideal’, a menudo erróneamente; un fenómeno psicológico ampliamente conocido y utilizado hasta en la publicidad y por los medios de información.

Con este artículo Thandeka nos enseña como el racismo en las Trece Colonias inglesas de América, que hoy identificamos como los Estados Unidos, puede ser la historia del racismo – y del clasismo – en cualquier otro lugar de nuestro planeta, con variaciones pequeñas y medianas.

Este artículo fue originariamente publicado por Films For Action.

El blanqueo de los euro-estadounidenses: una estrategia para dividir y dominar

Por Thandeka.

La asamblea del Estado de Virginia, conformada por los hombres más poderosos y exitosos de la colonia, en 1670 prohibió que los indígenas y negros fueran dueños de sirvientes cristianos (o sea de personas de origen europeo). Mientras la esclavitud de indígenas fue legalizada por la misma asamblea en 1676. A partir de 1680 sobre el torso desnudo se le propinaban treinta latigazos a “cualquier esclavo o negro” por alzar la mano en contra de un ‘blanco’, pero a los amos se les prohibió “latiguear desnudo a un sirviente cristiano de origines europeas. Ya en 1705 “la desnudez era para los brutos, los no cristianos, para los incivilizados”.

Para beneficiar a los cristianos indoeuropeos desposeídos, en ese mismo año los prefectos de la iglesia confiscaron y vendieron “los cerdos, el ganado y los caballos” que poseían los esclavos indios y negros. De este modo la élite y los dueños de las tabacaleras del Estado de Virginia, legalmente subieron de nivel socioeconómico a los euro-americanos de clase baja, a pesar de su condición como esclavos, sirvientes no remunerados u hombres libres pobres, creando una diferenciación y un contraste entre los blancos y las personas de los pueblos originarios y los negros.

Los legisladores también elevaron el estatus de los trabajadores y de los sirvientes pobres de origen europeo con respecto a sus amos y la clase alta. Hasta entonces, la costumbre era que todos los esclavos (o sirvientes) vivían bajo las mismas condiciones sin importar su origen, siendo la única diferencia que las personas de origen europeo eran esclavos por un periodo determinado, los otros eran esclavos perpetuos, tanto ellos como su descendencia. Pero a partir esta nueva legislación comenzó la discriminación. La asamblea estableció en 1705 que cuando terminaba el contrato de un sirviente ‘blanco’, sus amos se comprometían a otorgarle cincuenta acres de tierra, ropa, un arma, dinero y maíz. También les redujeron el impuesto de ciudadanía. Como consecuencia los ‘blancos’ lograron ganar legalmente un estatus financiero y político, que también afectó a su estado emocional y social, cambios que se basaban en la degradación de los indios americanos y de los negros.

Pero a pesar de darles su bendición a los ‘blancos’ pobres, la clase alta en realidad nunca dejó de considerarlos parte de “la escoria y mugre de Inglaterra”, y la basura del Estado de Virginia.



El historiador social Edmund Morgan nos revela cuán radicales eran las leyes raciales cuando destaca que “los estereotipos sobre los pobres de finales del siglo diecisiete y principios del dieciocho en Inglaterra, eran a menudo idénticos a los expresados sobre los negros en las colonias que dependían del trabajo esclavo. Se parecían también en la forma de evidenciar su inferioridad humana: la gente ‘blanca’ pobre era la parte bruta y vil de la humanidad; los negros ‘un tipo brutal’ de personas”. A los ojos de un un inglés de clase acomodada, los que habían nacido pobres tenían características de una raza alienígena. Esas asociaciones de raza equivalen en alguna manera a la idea sobre las clases sociales que tenemos hoy.

En el libro Raza y la Educación del Deseo (Race and the Education of Desire), la autora Ann Laura Stoler, erudita en cultura, señala que son las costumbres y tradiciones aburguesadas lo que caracteriza al estatus de la clase industrial inglesa y no su fisonomía, ni su color. Por lo tanto, la superioridad racial, y por consecuencia, el derecho a gobernar, se volvieron equivalentes a la respetabilidad de la clase media acomodada. Y por definición los indigentes ‘blancos’ jamás habrían podido pertenecer a la “raza” de los nuevos burgueses.

Morgan relata que algunos foráneos, mujeres y hombres ingleses desposeídos y mugrosos, fueron enviados al Estado de Virginia. Cuando los patrones pusieron a trabajar personas de diferente color en los campos, la apariencia de los recién llegados no les causó ningún asombro. Hay señales de que los dos grupos (de ‘blancos’ pobres y esclavos) sentían que estaban en la misma situación. Era común que juntos se emparejaran, juntos robaran un cerdo, juntos se emborracharan y juntos huyeran. No era raro que también hiciesen el amor entre ellos.

Los africanos nacidos esclavos y los ‘blancos’ nacidos sirvientes de por vida colaboraban entre ellos en las colonias angloamericanas. Por ejemplo en 1701 en las Indias Occidentales británicas fue aprobada una ley que prohibía la importación de católicos irlandeses, y por consecuencia de cualquier europeo, a la isla de Nevis, en el Caribe, porque los sirvientes europeos se habían unido a los esclavos africanos y se habían rebelado a la clase gobernante. Las leyes raciales de Virginia, a través de las cuales los patrones de las plantaciones habían elevado el estatus de sus sirvientes y trabajadores blancos, y otro tipo de plebe, fueron promulgadas exactamente por las mismas razones que en Nevis: EVITAR QUE LOS DOS GRUPOS UNIERAN SUS FUERZAS.

Para entender bien este hecho hay que poner atención al nuevo rol que comenzó a tener la esclavitud en Virginia en el siglo diecisiete. Para el 1660 se había vuelto más rentable para los barones del trabajo comprar esclavos en vez de utilizar sirvientes ‘blancos’ no remunerados. Una serie de razones explican este cambio, incluyendo las perspectivas para los sirvientes y la reducción de la mortalidad por enfermedades en la colonia, que hizo que los esclavos, a pesar de que costasen el doble de un sirviente no remunerado, se volvieran una mejor inversión a largo plazo: los esclavos y su descendencia servían y trabajaban durante toda su vida, por lo tanto el tiempo y el trabajo extraídos de ellos habría pagado sobradamente el costo. Para incrementar la productividad de los esclavos, los patrones simplemente tenían que endurecer las golpizas y las mutilaciones, mientras que simultáneamente promulgaban leyes para protegerse a sí mismos para no ser perseguidos por la ley por las muertes que podían ocasionar.

De todo modos, una nueva organización requería de una nueva estrategia de control social debido a las naturales afinidades de clase entre los sirvientes de por vida y los esclavos, un peligro para los patrones.

Hasta el 1660, los sirvientes perpetuos superaban numéricamente a los esclavos en las plantaciones de tabaco de Virginia. Eran alojados en habitaciones separadas, supervisadas por guardianes, y eran azotados como método de “corrección”. Como sus homólogos del siglo dieciocho, también estaban desnutridos y escasamente vestidos. Como resultado de estas condiciones, algunas veces se escapaban pero raramente, si alguna vez, se rebelaban como clase. Sin embargo como hombres libres sí se rebelaban. Guiados por por un inglés que había nacido en una familia acomodada, Nathaniel Bacon, un oficial de gobierno que irónicamente despreciaba a la clase rica de Virginia por su vil origen (de clase baja); esos hombres libres primero mataron indios y luego comenzaron a apuntar sus pistolas contra la élite gobernante. Los rebeldes estaban irritados por las alícuotas injustas, la avaricia y codicia de la clase gobernante, y las regulaciones sobre la utilización de la tierra que relegaba a la mayor parte de ellos a un estatus de trabajadores sin tierra, en alquiler. Esta rebelión de Bacon de 1676 no terminó hasta que la ciudad de Jamestown fue totalmente incendiada, murió Bacon y los ingleses intervinieron militarmente. Los últimos a rendirse fueron un grupo de 80 negros y 20 sirvientes ‘blancos’.

Pero con el predominio de población negra, los patrones enfrentaron la perspectiva de un aumento de rebeliones aun más violentas de hombres blancos libres deseosos de esperanza, unidos a los esclavos desesperadamente esperanzados. La nueva estrategia racial de las élites disminuyó la posibilidad de este tipo de rebeliones. El problema de cómo hacer tomar otra dirección a la ”plebe” para que no se uniera con los esclavos, fue resuelto a través de un siniestro diseño de racialización. Morgan escribe, “la solución del problema, indiscutible pero solamente gradualmente reconocido, era el racismo, para separar a los blancos libres de los peligrosos esclavos negros a través de una cortina de desprecio racial”. El desprecio racial habría funcionado como un muro entre los ‘blancos’ y los negros pobres, protegiendo a los patrones y a su riqueza producida por la esclavitud sea de los ‘blancos’ pobres que de los negros. Al mismo tiempo las nuevas leyes hicieron que los ‘blancos’ pobres se identificaran con la clase gobernante, una identificación que era el objetivo mismo de las leyes – sino la estrategia de clase de dividir y conquistar no habría funcionado. Leyes como las que otorgaron a los ‘blancos’ libres el derecho de azotar un esclavo negro, limitando a la vez el azote de sirvientes ‘blancos’ desnudos, fomentaron una lealtad hacia la élite a través del abuso, a través del derecho a abusar de los que estaban abajo y a través de la restricción del abuso hacia ellos (los ‘blancos’ pobres) por parte de los que estaban arriba. Claramente, esta lealtad, y las leyes que la engendraban, no protegían a los sirvientes blancos de ser golpeados. Las leyes simplemente limitaban el abuso y por lo tanto aparentaron ser una reforma humanista, mientras en la realidad mantenían legalizadas las sanciones violentas tanto contra los negros como contra los sirvientes y trabajadores ‘blancos’.

Además de sus privilegios marginales respecto a los castigos, los ‘blancos’ pobres adquirieron una nueva ventaja política y social a través de estas nuevas leyes, junto al derecho legal de sentirse supriores a los que no eran blancos. Una cuota fue establecida por las ‘Leyes de Deficiencia’ para vincular los trabajadores ‘blancos’ a los esclavos negros, asegurando de esta forma, la estabilidad del estatus quo económico basado en la raza. El historiador Theodore Allen señala que estas leyes exigían a los dueños de las plantaciones de emplear al menos un ‘blanco’ cada tantos ‘negro’, las proporciones variaban de colonia a colonia y según los años, de uno a veinte (Nevis, 1701), de uno a cuatro (Georgia, 1750). “Otras leyes instaban a los dueños de esclavos a excluir a los negros del comercio para preservar así estos trabajos para los artesanos ‘blancos’. El aumento perspicaz del vínculo entre el trabajo de los ‘blancos’ y la degradada condición de los negros llevó a los trabajadores ‘blancos’ a aceptar la realidad – y la necesidad – de la esclavitud negra”.

No sorprende que los blancos pobres nunca llegaran a ser económicamente iguales a la élite. Aunque el estatus económico de ambos grupos creció, las diferencias entre los ricos y los pobres se acrecentaron gracias a la productividad de los esclavos. Por lo tanto, la creencia de que los blancos pobres de que ahora compartían el estatus y la dignidad con los ‘mejores’ de la sociedad, fue claramente una ilusión.

La nueva multi-classe de la ‘raza blanca’ que emergió de las leyes de Virginia no era fruto de la ingeniería biológica, sino una construcción social.

Las Trece Colonias (violeta), el territorio colonial inglés en América que con la idenpendencia se convirtió en los Estados Unidos de América.

Como Allen indica, las leyes raciales y el desprecio racial generaron un empeoramiento de los lazos de mutuo interés y de mutua ayuda entre los sirvientes y trabajadores europeos y africanos, y también dieron a la clase gobernante un parachoques (constituido por los blancos pobres) que pusieron entre ellos y los esclavos para mantener oprimidos a los negros y prevenir a ambos grupos de amenazar el gobierno de la élite. A. Leon Higgenbotham Jr, el ex juez supremo de la Corte de Apelación de los Estados Unidos para el Tercer Circuito, tiene razón cuando dice que las leyes raciales de Virginia –que fueron de allí casi inmediatamente imitadas en todos los territorios coloniales– habían sido diseñadas para “presumir, proteger y defender el ideal de superioridad de los blancos y la inferioridad de los negros”. Pero no debemos olvidar que el racismo blanco fue desde el principio un vehículo para el clasismo; su objetivo principal no era el de elevar una raza, sino la de denigrar una clase. El racismo blanco por lo tanto era un medio para un fin, y el objetivo era la defensa de la estructura de clase de Virginia y la continuación de la subyugación de los pobres de todas las ‘razas’ y colores.

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No debe sorprenderno si en un principio la gente apenas ‘blanqueada’ de las clases bajas repudió estas leyes raciales. Cuando, por ejemplo, la asamblea de Virginia en 1691 prohibió los matrimonios inter-raciales y la descendencia mulata (esa abominable mezcla). En un pliego petitorio los habitantes demandaron a la asamblea del Estado de Virginia que se revocara el acta de 1699 que prohibía el matrimonio de mulatos, negros o nativos con personas blancas. La petición fue ignorada por la asamblea a través de varias artimañas legislativas. En ese mismo periodo, Ann Wall, una mujer inglesa acusada por el juzgado de “mantener una relación con un negro con intento de matrimonio”, fue procesada y condenada a servidumbre perpetua en tierra lejanas junto con sus dos hijos mulatos y amenazada con ser exiliada a la isla de Barbados, si decidía volver a su hogar en la ciudad de Elizabeth.

Con el paso del tiempo, las primeras generaciones de esclavos africanos y sirvientes perpetuos europeos se fueron muriendo y poco a poco las dos clases comenzaron a ser influenciadas por la nueva legislación, forjando percepciones raciales en los ciudadanos blancos de Virginia. Las personas de tez clara padecían de un orgullo racista que hasta les impedía trabajar al lado de gente de color liberada. Por esta razón ya en 1885 era común verlos sumidos en la pobreza extrema o emigrando hacia el Oeste. Por ejemplo, en 1825 una petición que circuló entre los ciudadanos del condado de Virginia afirmaba que “mientras (que los negros libres) estén aquí…ningún trabajador blanco buscará trabajo junto a uno de ellos. Fue por esto que en Blue Ridge, uno de los condados más ricos del Este, la población blanca estaba desempleada y en muchos otros atrasada”. Notando la tendencia a la emigración de los blancos de Virginia, el gobernador Smith en su mensaje a los legisladores de 1847 dijo, “Me arriesgo a considerar que una gran parte de la emigración de nuestros trabajadores blancos es producida por nuestro negros libres, más que por la misma esclavitud”. La antipatía racial de los blancos pobres hacia los negros libres de Virginia no solo ahogaba la colaboración política, sino que enriquecía a los empleadores blancos, quienes preferían a los negros libres que a los blancos porque el trabajo de los negros costaba menos. Ytambién porque los negros no tenía ninguna protección legal y estaban totalmente sometidos a los deseos de los patrones. Como el gobernador Smith lamentó en 1848, los negros libres “hacen miles de servicios humildes provocando la exclusión de los blancos. (Los negros) son preferidos por los patrones por la autoridad y el control que se pueden ejercer sobre ellos y muy frecuentemente porque es más fácil remunerarlos, ya que son más baratos”. Por lo tanto el clasismo que fomentó el racismo tuvo éxito en desempoderar a las clases bajas de blancos de Virginia, pero indudablemente el racismo de los blancos pobres también los desempoderó a ellos mismos distrayéndolos de la explotación de clase que compartían con los negros.

Como W. E. B. Du Bois evidenció en su trabajo ‘La Reconstrucción Negra en Estados Unidos: 1860-1880’, el blanco pobre no podía identificarse sí mismo como un trabajador debido a la asociación que hacía del trabajo con los negros. En cambio, los blancos pobres, si aspiraban a algo, aspiraban a volverse colonos, plantadores que poseían ‘negros’. En consecuencia, habían transferido su odio por el sistema esclavista al negro, y de esta manera habían estabilizado todo el sistema esclavista viéndose a sí mismos como ‘guardianes, supervisores de los negros y como miembros del sistema de control. Es así que alimentaban su vanidad, porque se asociaban con los patrones. Como un observador notó, “por veinte años, no recuerdo de haber nunca visto o escuchado a alguien de las clases altas referirse a esos blancos sin esclavos como parte de lo que ellos consideraban y llamaban el Sur”.

Por lo tanto la vanidad de los blancos pobres se basaba más que en un hecho, en una ilusión. El hecho tenía que ver con la raza de los blancos pobres. Tenían el privilegio racial de no ser esclavos y tenían derechos legales como ciudadanos porque eran blancos. La ilusión pertenecía al estatus de clase. Su raza les hizo creerse a sí mismos como propietarios de tierras y aristócratas, mientras su condición real económica y social era terrible. Solamente el 25% de los blancos pobres estaba alfabetizado. Frederick L. Olmstead en su libro ‘Viaje a los Estados Costeros de Esclavos’ de 1856 retrata en detalle las condiciones de vida de estos blancos en asentamientos apartados en la siguiente descripción:

“Una miserable choza de madera o dos eran las únicas habitaciones que se veían. Aquí viven, o mejor dicho se refugian, los cultivadores miserables del suelo, o una clase aún más despreciada que lleva adelante una existencia precaria vendiendo madera en la ciudad…

Estas cabinas…son guaridas de inmundicia. La cama, si había una cama, era un extracto de algo en una esquina que era un verdadero desafío para el olfato. Si la cama era repugnante, ¿qué decir del suelo? ¿Qué decir de todo ese espacio cerrado? ¿Qué decir de esas mismas criaturas que vivían ahí? Pough! El agua para purificar es desconocida. Sus caras están sucias de una acumulación de barro de semanas. Se limpian la suciedad más negra solamente cuando ven un extranjero. Los pobres desdichados parecen asustados cuando hablas con ellos, y responden a tus preguntas como cobardes culpables”.

Sobre los blancos de las zonas urbanas pobres, escribió:

“He visto tantos paquetes cerrados, inmundicia y miseria en ciertos bloques habitados por los trabajadores de Charleston, como cuantos he visto en cualquier otro pueblo del mismo tamaño; y una mayor evidencia de la brutalidad y criminalidad de carácter, respecto a lo que había visto en el pasado entre el mismo tipo de población de esta clase”.

Claramente, sean las masas de blancos pobres o bien los esclavos negros, eran víctimas raciales de la clase alta. Pero los dos grupos explotados y racializados eran distintos en el grado de percepción que tenían sobre sí mismos. Prácticamente, todos los esclavos sabían que eran víctimas del racismo de los blancos, mientras que muy pocos blancos sabían que ellos también lo eran.

Un buen ejemplo de la violencia racial impuesta a las clases blancas pobres por la clase gobernante fueron los requisitos para la elegibilidad para votar en el sur. Aquí encontramos el conflicto entre las clases blancas que el conflicto interracial quería ocultar. Como Du Bois observó, “la mayor parte de los gobiernos de los Estados del Sur requerían la calificación de propietarios para ser gobernador”, y en Carolina del Sur, el valor mínimo de la riqueza financiera era de $ 10.000. Además nos cuenta que “en Carolina del Norte un hombre tenía que poseer 50 acres para votar por un senador”. Por lo tanto en 1828, de 250 votantes en Wilmington, Carolina del Norte, solamente 48 hombres pudieron votar en las elecciones del senado.

La élite blanca del Sur también estableció la “Regla Extraordinaria” que permitía a los dueños de esclavos el ejercicio del voto en nombre de al menos tres quintos de los esclavos negros. Esta concentración del poder político no solamente degradaba en teoría a las personas de descendencia africana contando a muchas más personas como si fueran solamente tres quintos de la humanidad, también marginaba prácticamente a todos los blancos del Sur excepto a los grandes propietarios de esclavos. Y al principio de la Guerra Civil, el siete por ciento de los blancos del Sur poseía casi tres cuartos (tres millones) de los esclavos en este país. Así pues, a pesar de que el sur tenía dos millones de propietarios de esclavos en 1860, una oligarquía de 8.000 prácticamente gobernaba la región, controlando los cinco millones de blancos demasiado pobres para poseer esclavos. Las clases bajas respondían a este estado de cosas con el desprecio de sí mismos y la ceguera ante los intereses de su clase ya que iban más allá de lo que percibían como sus intereses como blancos.

La autodestrucción de los blancos pobres que implicaba la celebración de la raza en detrimento de sus propios intereses de clase, nos lleva a la esfera de la vergüenza que probaban estos pobres de sí mismos. En el clásico del 1941 ‘La Mente del Sur’, el ensayista y crítico social meridional W.J. Cash, nos da una descripción íntima y detallada de los daños invisibles provocados a la estructura de la personalidad de los euro-estadounidenses del Sur a través de la racilización. Cash evalúa el precio psicológico pagado por el hombre euro-estadounidense de Sur, de todas las clases, que se autodefinía blanco: “una fundamental escisión en su psique resultante de una especie de esquizofrenia social. Los que estaban más arriba creían que eran grandes y aristocráticos como la élite de Virginia e imitaban al grupo dominante en todo. Agricultores de zonas remotas imitaban a esos virginianos en las maneras, en el vestir, en el comportamiento, pero nunca habrían podido, argumenta Cash, dotar a su subconsciente de la experiencia aristocrática que es la esencia y la garantía del ser aristocrático. En los más íntimo de su ser llevaban, creo, una difícil sensación de ser inadecuados a su rol”.

El hombre común también se envolvió en ilusiones de clase que lo separaron de las experiencias reales de su vida. Activamente abrazó la idea de que era aristocrático, identificándose con la clase de hacendados a través de un entusiasta sentido de participación en una hermandad común de los hombres blancos. “La distinción, que excitaba y engrandecía el ego, entre el hombre blanco y el negro”, elevó a este hombre blanco común, sostiene Cash, “a una posición comparable a la de, por decir, caballero dórico de la antigua Esparta. No solamente él no era explotado directamente, sino era por extensión un miembro de la clase dominante – se plantaba sólidamente en una posición de superioridad tremenda, la cual, aun si muchos de los negros de la ‘gran casa’ se deben haber burlado de él, y aun si muchos de sus patrones deben haber estado de acuerdo con ellos (los negros) en privado, él (el blanco pobre) no podía nunca perder en público. Sea como fuese, el habría sido siempre un hombre blanco. Y ante tal enorme y vasta distinción, todos los demás eran disminuidos, empequeñecidos, destruidos”.

El gran resultado fue la casi total desaparición de las fuerzas económicas y sociales de las masas. Uno simplemente no tenía que venir a este mundo con el objetivo de obtener seguridad, independencia, o valor para tener autoestima y ser estimado por los demás. Esta ‘enorme y espaciosa delirante distinción’ construida a través de la ceguera provocada en los hombres blancos pobres hacia sus propios intereses de clase, redujo el valor económico del blanco común a cero. Cash escribe, “desnúdalo de su rango proto-dórico y se quedará desnudo, un hombre sin estatus”. De hecho, la seguridad emocional dada por la mano de un elegante gentil hombre sobre la espalda de un hombre común en un amigable saludo se convirtió en el sustituto de la seguridad económica. Habiendo desplazado su atención de las cuestiones de clase a los sentimientos raciales, el hombre blanco, en realidad, fue robado de casi todo por su propios ‘hermanos’ raciales.

Reproducido de: Mundo: El Diarios de la Asociación de los Universalistas Unitarios, Volumen XII, N. 4 (julio/agost 1998), páginas 14-20.

”Ningún lector del libro de Thandeka podrá seguir pensando al racismo en la misma manera” – John B- Cobb, Jr., The Claremont Graduate School.

”Ningún otro estudio demuestra en su totalidad los orígenes de la identidad blanca en su miseria y derrota, como en su poder y privilegios. Ser blanco, nos muestra Thandeka, es una complejo que divide y aflige a los blancos y a la nación” – David Roediger.

AUTORA: Thandeka es teóloga, filósofa, académica, autora, pastor, periodista, productora televisiva…Es autora de Aprendiendo a Ser Blanco: Dinero, Raza y Dios en Estados Unidos (Learning to be White: Money, Race and God in America), publicado en el año 2000.

Republicado con el permiso de Films For Action. Este artículo fue elegido para ser republicado sobre la base de los intereses de nuestros lectores. Las opiniones expresadas en este texto no reflejan necesariamente la política editorial de KBNB.

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